Afeitado apurado

12:14

—Mira, chico, yo no sé por qué, pero de un tiempo a esta parte se están poniendo de moda como muchas tonterías, ¿sabes? Es decir, cosas así como muy cool, muy rollito hipster, y todo eso, americano. Aquí, en España. O sea, que tienes un “Bar Paco” lleno de gañanes y con olor a grasa saliendo de la ventilación que pasas y te deja tonto de un soplido, y al lado una tienda de muffins y batidos “detox”. 


»Total, que han abierto una barbería al lado de mi casa. No una peluquería, una barbería. Una barber shop. Con un poster de Scarface, y todo, una O G barber shop. Tiene el pirulí ese blanco, rojo y azul dando vueltas a la entrada, y todo. “MACHO Seal of approval” tiene puesto en la puerta. Personalmente me parece todo una gilipollez, pero además de eso, al lado estaban pegado los precios, y resulta que es barato y todo, así que oye, me da por probar. Esperé hasta que necesité un corte de pelo, y para allá que voy.

» “Buenos días”, me dicen los farsantes. Acaban de abrir la boca y ya me llevo dos decepciones. Primero, no son negros. Segundo, eran andaluces. O murcianos, o yo qué coños sé. Vamos, que me iba a cortar el pelo un pavo de Cartagena, con camisa, corbata y delantal, como creyéndose guay. Una fake barber shop total.

»“Buenos días”, le contesto. Tampoco hay que ser maleducados con los pobres, hombre.

»Eran dos, uno alto y delgado, con el pelo que parecía una brocha. Mala publicidad, aunque supongo que no se corta el pelo a él mismo. Igual se lo corta el otro. O igual al salir de la barbería ni se hablan; yo lo haría. El otro era más bajo y más gordo, no demasiado, con gafas así cuadradas. El pelo lo llevaba cortado como un ser humano normal, así que me cayó de primeras mucho mejor que el otro. Pero tenía el mismo acento, eh, tampoco era plan de bajar la guardia. 

»Estaban cortándole el pelo a dos millennials, con el peinado ese en plan rapado por los laditos y tal. Peinado de gilipollas, vaya. Eso me hizo pensar en qué peinado quería que me hicieran. Quiero decir, si les digo “cortádmelo normal”, vete a saber tú qué cojones me hacen, porque seguro que según sus estándares eso es “normal”. 

»Veo que uno acaba con uno de los chavalines, el alto. Me cago en mi puta vida. Pero bueno, que igual corta mejor el pelo. En cuanto se fue el puto crío a zurcir mierdas me senté en el sillón, muy años 50. Cómodo, eso sí. 

»“Bueno, ¿cómo lo quieres, tío?”. Pero bueno, qué son esas confianzas. Que no estoy pidiendo que me trates de usted, no te estoy pidiendo eso, pero joder, no soy tu colega. No sabía ni qué decirle, la verdad. “Rápamelo así por un lado”. Yo qué sé.

»“¿Te afeito un poco antes o no?”, me dice. Ah, pájaro, no das puntada sin hilo. La afeitada valía nosecuánto, según el papel. Vamos, que iba aparte. “¿Eso va aparte, no?”. »No sé ni para qué le pregunté, porque total, qué le voy a decir ahora, ¿que no? Iba a quedar como un rata. Pero claro, él también iba a quedar como un sacacuartos. “No, eso es solo si vienes a afeitarte, con el corte de pelo te lo incluimos”, me contesta. Vamos, que poner el precio del afeitado en la hoja era puro postureo. Quién va a la puta barbería exclusivamente a afeitarse, a año 2017. En cualquier caso, no costando nada, pues oye, entonces sí, p’alante

»Entonces cogió con toda la parsimonia la navaja esta de afeitar del año de la guerra también, aunque es de estas también que van por recambios. Me pareció correcto, porque una vez de pequeño me cortaron el pelo a navaja con una normal, y me hicieron una herida. A la semana en clase nos hablaron del SIDA y me tiré un mes acojonado porque igual con esa navaja el peluquero igual habría afeitado a un drogadicto o vete a saber quién. Jurado. En cualquier caso, a este se le habían acabado.

»“Tío, que no quedan hojas pa’la navaja”, le dice al otro. “Pues saca la Stihl, tío”, le contesta mientras seguía perpetrando en la cabeza de aquel niñato un atentado múltiple. Ni puta idea de a qué se refería, pero me dice que ahora vuelve. Total, que sale el tío con una motosierra en la mano.

»“Tú ni te preocupes, que te va a quedar apuradito”. Nos ha jodido. Se pone unos guantes gordos y unas gafas protectoras, arranca el motor a la tercera y se me acerca con el cacharro haciendo BROOM BROOM. “La perilla me la dejas, eh”. Empieza a darle al tema, y eso sí, con un pulso inalterable. Al César lo que es del César. Pero va el puto millenel niñato de al lado, que estaba mirando el puto móvil, vaya falta de educación, y claro, por no llevársele un trozo de oreja el otro peluquero, tuvo que hacerle un requiebro raro y le dio un codazo a su compañero. Empecé a sospechar que algo iba mal cuando a través del espejo veo que la cara del alto estaba salpicada de sangre. 

»“Ahí va la hostia”. 

»Que se me ha llevado un brazo con la motosierra. “Lo siento, tío, lo siento”. “No pasa nada hombre, si un accidente lo tiene cualquiera”. Podría parecer que me enfadé, pero tampoco te creas. Si el chaval iba bien, me había dejado la barba arregladita, y el brazo izquierdo tampoco lo uso mucho. Pero claro, se le veía afectado y como que no sabía qué hacer. “Joder, sigue, ¿no?”. Pues qué cojones vas a hacer. Si fueras médico igual podías coserme el brazo, pero si eres peluquero ejerce como tal, joder. Así que sigue rapándome así por un lado con la motosierra, mientras el chavalín se va, blanco blanco blanco. Me quedé con su cara, eso sí. Como lo vea por aquí un día de estos una hostia se lleva.

»El otro tío pues entre que viene otro cliente y no, saca la escoba y barre un poco aquello, aunque debió haber pensado que igual las escobas no chupan bien la sangre, pero bueno, el brazo por lo menos que no estorbara ahí, en todo el medio. 

»“Mira, un favor que si te voy a pedir es que igual me cambies el peto este que me has puesto que está ya empapadito”, le digo. Que me estaba calando ya hasta los pies la puta sangre. Ya ni les digo de parar la hemorragia, porque mira, no me fío.  El chico para y me trae otro. De color blanco. Si ya se le veía que muchas luces no tenía. Entre la gasolina de la motosierra y el hierro de la sangre había como un olor a ferretería insoportable allí, pero mejor eso que los cinco litros de Axe que se había echado el cabrón del peluquero.

»En esto que acaba con la motosierra y vuelve con un par de tijeras para acomodarme un poco el flequillo o algo. Pero claro, como estaba todo el suelo encharcado se resbala y se me clava en todo el ojo izquierdo. “Ay, ay, lo siento”, me dice compungido, chico, que casi parecía que le dolía más a él que a mí. Nada, nada, que siga cortando, le digo. No le pago por lamentarse. Tampoco es que le quedara mucho, que me pegó un par de tijeretazos y ya. Se supone que iban a cobrarme ocho euros por la broma.

»“Bueno, ¿cómo lo ves?”, me dice, como en plan “mira que ya he acabado”. Desde el único ángulo con el que ahora podía verme pues tampoco se me veía mal. “Quítame la tijera que no me acabo de ver del todo”, que me molestaba un poco en el flequillo. No estaba mal del todo. Me dan una toalla para lavarme la cara y van para caja. 

»“Cuánto os debo”, le pregunto. Que es una cosa que me da mucho corte a veces. Quiero decir, si sé perfectamente lo que cuesta, pero algo habrá que decir, ¿no? “Pues hombre… Pfff, es que… Te he cortado un brazo y te he dejado tuerto, tío”, me dice temblando. “Bueno, venga, ocho euros, pero coge un chicle, hombre, por las molestias”. No me gustan los chicles pero bueno, es un detalle. El peluquero con el que casi pillo el SIDA me daba Sugus, también te digo.

»Mientras, el tipo gordo se acerca a una esquina a cogerme el brazo, y medio me lo tiende en plan “lo coges o qué”. “Hombre, si os lo queréis quedar de recuerdo”, les digo, y se echan a reír. Pues se lo cogí, claro, a ver qué iba a hacer. Les digo que hasta luego, y me voy. Haciendo balance, pues no tengo muy claro si volvería, eh. Quiero decir, a ver. Sí, me cortaron el brazo y me dejaron tuerto, pero no está tan mal, ¿no?

—Qué va, tío, te queda muy bien. Una lástima lo del brazo y el ojo, pero aquí te pones un garfio y un parche y arreglado, eh. Ese rollo se lleva por aquí.

—Ya ves. Así que bueno, esa es la historia de cómo morí y llegué al Infierno y eso. Siento haberte dado el coñazo, no sé. Es que entre los pavos esos  yendo de barberos guays, los niñatos y todas las chorradas modernitas, me caliento hablando y no paro. Pero que si me tienes que cortar me cortas, ¿eh? Sobre todo siendo Satán y eso, que a ver quién te dice que no.

—Nah, si total, qué voy a hacer aquí si no escuchar vuestras movidas, ¡jaja!

—¡Puff, qué no habrás oído!

—Si yo te contara…

¡Gracias por leerme!

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