Asombramiento

4:28

El viajero puso el pie en el pueblo. Silencio. Al atravesar las calles llenas de polvo y cansancio, la gente parecía ni darse cuenta de su presencia. Tanto daría, pensó, que pasaran Dios y el Diablo dando cabriolas y volteretas por allí.

En algún momento empezaron a sonar las campanas; tocaban a muerto. Los aldeanos emergieron de sus casas de una manera decrépita mientras se santiguaban, con la mirada perdida en el suelo. Avanzaban tan lentamente que parecían no avanzar en absoluto, pero les siguió.

Llegaron a una casa, tan cuarteada y gris como las demás. Una mujer salió llorando, y la gente le daba el pésame.

—¿Quién es el finado? —alcanzó a preguntar a un anciano, que le señaló de malas formas algo que sujetaba la mujer en brazos.

Un bebé gritaba como un descosido, envuelto en un trapo negro.

No lo entendió al principio, pero miró alrededor. Al pueblo y a su gente.

—Lo siento mucho —susurró al pequeño.

Siguió con su camino. Jamás volvió a pasar por allí. Probablemente nunca nadie más lo hiciera.

¡Gracias por leerme!

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