Presente pasado
2:30
Hoy toca entrada en la que divago
sobre tonterías, así que las palabras que se van a apelotonar de ahora en
adelante lo harán conforme a los caóticos y finos hilos de mi subjetividad. En
el consumo habitual de productos culturales que hace esta nuestra vida un
poquito más amena (no demasiado) me he dado cuenta de algo muy triste. Y es que
probablemente, muchas de las grandes creaciones que están surgiendo actualmente
dentro de este ámbito pienso que no van a perdurar. Es una tragedia considerable, dentro de
nuestras humanas dimensiones, que son ridículas en sí mismas, pero en eso no
voy a entrar. A nuestro nivel, considerando que el paso del ser humano por el
universo ha tenido cierto valor, aunque sea irónico, que todo este material se
apolille tras unos años es un crimen. Libros, series, películas, juegos… Se van
a olvidar, van a quedar amontonados en algún cajón lleno de trastos y de polvo,
y no es justo. Sobre todo, ahora que se supone que estamos interconectados y la
época de la información y no sé qué historias más. Y esto se debe, pienso yo, a
dos principales causas.
Una es la inmediatez. La cultura
del consumismo rápido, en la que queremos devorar muchas cosas, muy pronto, y
que sean muy nuevas. O por lo menos, que lo parezcan. En todas las esferas de
nuestra vida, esto es desastroso. Todo es repentino, estresante e incierto;
características que son auténticas putadas pero suelen disfrazadas de fluidez,
dinamismo, sorprendente… Pero traducido al mundo de las creaciones culturales,
esto supone tener casi obligada una temática de lo actual para poder pasar por
algo moderno. Es decir, hay cosas que son auténticos petardos que intentan
venderse a sí mismos como un producto decente simplemente por hablar de alguna
chorradita que sea lo que se lleve en aquel momento. Me explico muy mal, pero
los ejemplos son muy sencillos: los capítulos de Los Simpson hoy en día necesitan pivotar su trama en torno a Lady
Gaga o que los niños se hacen Twitter para que alguien les preste atención. No
es que tengan una historia que contar en un contexto actual (la película Chef, que es estupenda, es un ejemplo
perfecto de cómo hacerlo bien), es que esa es la historia. Podríamos
perdonárselo si al menos fueran graciosos, pero duele verlos. Literalmente, me atrevo a decir. En tiempos mejores Los Simpson se burlaba de esa necesidad
de calzar referencias modernillas para que los jóvenes te presten algo de
atención, y miren ahora. El mismo asco me dan las comedias veraniegas en las
que en el avance, donde intentan concentrar las escenas con más chistes,
precisamente se ve forzadísimo a colar alguna morcilla sobre algo millennial. Había una sobre una familia
de clase media-alta americana al que le sucedía algo inesperado que
desencadenaba una serie de disparatadas y tronchantes consecuencias y un
supuesto highlight era que una señora
así sin ton ni son decía “directo a Instagram”. ¡Jajajajajaja! ¡INSTAGRAM! ¿Eh?
¡Nosotros también la usamos, qué bueno! Casi tanto como que te pase un tanque
por la tráquea. Lo peor es que esta es la manera de acercarnos a las juventudes
que se nos propone a los profesores, futuros y presentes. No creo que sea la
correcta.
Si bien la anterior podría
considerarse lógica dentro de la sociedad de consumo sumada a las nuevas
tecnologías que ponen en bandeja la posibilidad de comprar productos a
cualquier hora y en cualquier lugar, la otra razón es más bien… Estúpida. No
soy sociólogo, no conozco qué corriente de pensamiento ha llevado hasta esto
que estamos viviendo hoy en día, no soy capaz de ver todos los hilos en la
sombra… Pero el caso es que existe ahora mismo, un auténtico culto a la
nostalgia. Podría quedarme en la vagancia de Hollywood y cualquier otra
industria en general para inventar cosas nuevas y recurrir a remakes, reboots y remierdas; es algo más que eso, parece ser. Porque cuando
el cine recurre a una obra pasada, una manada de fans salida de ninguna parte
se rasga las vestiduras. “¡Van a destruir mi infancia!”, gritan a una nube. “Cualquier
tiempo pasado fue mejor”, pero pasado de rosca. Ya no hay nada que hacer si una
película, por ejemplo, se ha ganado el título de “clásico atemporal”, o “de
culto”. El tiempo se congela, y los admiradores continúan venerándola ignorando
todo lo demás. Puede ser que realmente, esos productos se merezcan esa posición.
De hecho, y a causa del primer motivo del que he escrito, precisamente las
cosas que se hacen hoy es más improbable que se conviertan en clásicos, porque
al cabo de los años, ese chiste con la app del momento estará desfasado, y
nadie lo entenderá después. Por el contrario, los clásicos auténticos no
envejecen nunca. Pero siendo justos, se siguen creando grandes cosas
actualmente, pero parece ser que duran menos. ¿Cuál es el clásico de Disney más
reciente? ¿Dentro de 50 años ascenderá El
Emperador y Sus Locuras de estatus, por decir una, o se seguirá hablando
para siempre de Blancanieves, La
Cenicienta, etc.? ¿Qué es lo que tienen en común esas creaciones
imperecederas? ¿Calidad? No, hay gente apretando los puños muy fuertemente
porque van a hacer un remake de los Power Rangers. ¡Los Power Rangers! “¡Van a
destruir mi infancia!”, ya han dicho por ahí. Yo los veía con siete años, y ya
sabía que eran una puta mierda. Que los veía y jugaba a ser uno, una cosa no
quita la otra, pero por favor. No, lo que creo que pasa es que la generación
del boom de lo audiovisual ha crecido, y como fueron los primeros, ahora no
dejan de dar la murga con eso. Una forma renovada de las batallitas del abuelo.
Pasa un poco con todo, en el fondo. “¡La primera generación de Pokémon será la
mejor!”, también dicen. Lo que permite el centrar esos gruñidos incoherentes
atascados en el pasado en un mismo producto bajo el paragüas del fandom es que se organicen, sean mucho
más pesados, y además la tontería nostálgica se capitalice. Los libros estos de
“Yo fui a EGB” que se venden, pero vamos a ver… ¿A quién puñetas le importa?
Puede parecer contradictorio que
dos cosas tan aparentemente contradictorias, como agarrarse o bien a un
presente fugaz o a un pasado inalterable, al final tengan un desenlace común,
el de impedir que nuevas cosas tengan la oportunidad de recordarse en el futuro.
Los vagos que se suban al carro fácil de atraer con la actualidad van a
quedarse desfasados en dos días, y los que no, se encontrarán que habiendo
obras veneradas desde hace décadas, para qué se va a molestar nadie en buscar
cosas nuevas. Supongo que habrá excepciones, y dentro de cien años, si la
humanidad sigue existiendo, Canción de
Hielo y Fuego, por ejemplo, seguirá siendo una saga básica para la
literatura fantástica. Quién sabe si obstaculizando a futuras novelas que
pueden ser igual de buenas… Mientras tanto, parece que vamos a seguir anclados
al pasado, reciclando cosas una y otra vez con los ojos vendados a lo nuevo.
Como recientemente ha escrito el maravillo Ignatius Farray (no exactamente al
hilo de este tema, pero sí aplicable), “algún día nuestra época será juzgada
por poner el prefijo POST en vez de imaginarnos nuevas realidades y quedaremos
como unos gilipollas”.
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