—He pasado años buscando ingredientes, algo que me
ha costado lo indecible. He estado en los desiertos más secos, las cumbres más
altas, las cuevas más oscuras… Los he mezclado, quemado, hervido, y vete a
saber qué más; la mayoría de las veces explotaban. Cuando les daba por no
hacerlo, casi nunca obtenía el resultado esperado, de modo que tenía que volver
a empezar. Hasta ahora. Creo que estoy muy cerca de conseguir algo muy valioso.
—¿El qué?
Le enseñó un pequeño matraz, relleno con un líquido
translúcido normal y corriente. Tanto que podría pasar por agua, como casi
todas las soluciones en las que tiraban su tiempo los alquimistas. Todo el
mundo le dijo que meterse en aquello era una tontería, pero él erre que erre.
—¿Qué
hace?
—Si
lo bebes, tu voz se agudiza media octava.
—¿Has
tirado tu vida para esta tontería? Estáis todos igual de locos. Mírate, no
tienes a nadie, la gente ha dejado de hablarte, todo para… ¡¿Media octava?!
—Tienes
razón, tengo que conseguir la octava entera.
—Mira,
adiós.
Por fin lo consiguió. ¡Una pócima para que todos sus
falsos amigos le dejaran en paz!